Me afano en rehacer de nuevo los cordones de mis zapatillas; en un acto más de inseguridad que de sentido común: pero aquella tarde no tenía nada de común y mucho de sentidos. Al incorporarme, frente a mí, una marea de raso verde ya se ha hecho dueña de la calle; una marea premonitoria de la pleamar que acontecería en tan solo unos minutos.

En la lejanía, languidecen las cornetas de la Banda de La Expiración, que deben de andar ya por la calle Palos; mientras que resuenan aún los ecos de la vibrante ovación a la saeta de Eduardo Garrocho al Señor, en los altos del Tartessos.

El olor a incienso, cera quemada y azahar; se entremezclan con el del café caliente y los croissants recién hechos que provienen de los mostradores de la cafetería; en cuya puerta, aguardo una eterna espera.

Una espera que dura ya 20 años; la espera de un sueño mil veces soñado; la espera de una quimera mil veces idealizada.

Por entonces ya era incapaz de controlar las palpitaciones de mi corazón y, echo un manojo de nervios, me encendí otro cigarrillo. Como si no quisiera que ese momento llegara; calmaba mi ansiedad repitiendo gestos de forma desordenada; ajustándome el costal, apretándome la faja, recolocando la camisa en la cintura. Había esperado este momento toda mi vida; lo había soñado tantas veces que…ahora parecía temer que llegara: iba a llevarte sobre mis hombros por primera vez.

Una frase, en aquel momento incómoda, me recordó lo inexorable del tiempo: “…ya vienen los ciriales!!”; exclamó con júbilo una señora mayor a mi lado, que sostenía en sus brazos un bebé que portaba en su inocente cuello la medalla de la hermandad. Miré hacia la izquierda y los ciriales ya giraban desde Alfonso XII hasta Berdigón; y tras ellos, entre un exultante remolino de incienso y como si te portaran ángeles…apareciste Tú.

Las dudas se agolpaban en mi mente de forma descontrolada: ¿sabré hacerlo bien?, ¿tendré fuerza suficiente?, ¿estaré a la altura de mis compañeros?, ¿estaré a la altura de lo que Ella se merece, de lo que Ella espera de mí?; y mientras tanto la distancia entre ambos se acortaba de forma implacable.

Rodeado de tanta gente, me sentí solo y; entonces recé: “Dios te salve María, llena eres de gracia…” y de pronto, ya estabas allí, frente a mí.

Permanecía inmóvil en el costero, esperando que los compañeros salieran del paso, absorto en tu divino perfil, como si solo tuvieras ojos para mí, como si no existiera nada más en el mundo que Tú y yo…pero una indicación me sacó de mi ensoñación; el momento había llegado.

Se produjo el relevo y me puse en mi sitio. Mi corazón latía tan fuerte que podía oírlo, tuve que tomar aire, casi no podía respirar. Sonaron tres golpes de llamador, me persigné, unas palabras del capataz, cerré los ojos con fuerza, apreté el gesto …; otro golpe de llamador y…. salté … salté con todas mis fuerzas, como si fuera lo último que iba a hacer en mi vida, y entonces…..mi sueño ya se había cumplido.

Madre, ¿Cuántos como yo, han cumplido ese sueño? ¿Y a cuántos se les ha roto? ¿Cuántos han pasado ese trance de su primera vez? ¿Cuántos jóvenes ahora mismo comparten ese mismo anhelo? ¿Cuántos otros llevan años esperando para cumplirlo? ¿Y cuántos otros, que ahora te contemplan desde los brazos de sus padres, ni tan siquiera saben que tendrán ese sueño?

Porque ser costalero de La Esperanza , es un sueño. Porque el amor hacia Ti, Madre mía; desde ese bendito y privilegiado sitio; sigue vivo y vigente; y lo estará por los siglos de los siglos.

Porque ser costalero de La Esperanza es algo que no tiene traducción; no se puede transcribir, ni se puede verbalizar.

Porque ser costalero de La Esperanza es la expresión más pura de un amor que aguarda, de un amor que espera, de un amor soñado, de un sueño amado … de un amor distinto.

Porque ser costalero de La Esperanza, te desordena para siempre las entretelas del alma; te hace jirones tus pensamientos lógicos y te marca de forma indeleble hasta el fin de tus días.

Un sueño; el de llevarte en los hombros; que se ha transmitido en nuestra hermandad, de generación en generación; que siempre se ha considerado una distinción; y que no debemos caer en el error de banalizar.

El costalero de La Esperanza sabe que es un instrumento en manos de La Virgen. Y no le importa serlo; porque ha soñado serlo. Sin embargo, sabe que él es intranscendente; sabe la esencia de lo importante, conoce lo imprescindible.

Hay quien dice que los sueños, sueños son; pero San Pablo promulgó que “… el amor no pasa nunca”.

Que nunca se acaben los sueños de amor; los sueños de ser Tu costalero; que nunca se acaben los niños que tengan esos sueños; que siempre haya niños que sueñen con La Esperanza.

Por Enrique Cuerda.

Diciembre 2025

Ir al contenido
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.

Puedes revisar nuestra política de privacidad en la página de Política de Cookies.