¡Ave María Purísima!  ¡Sin pecado concebida!

Próximos a celebrar en estos días la festividad de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, os propongo que reflexionemos acerca de una de las insignias imprescindibles y más destacadas dentro del cortejo procesional: “El Simpecado Concepcionista”.

Introducción:

En la actualidad la festividad de la Inmaculada Concepción de María, es celebrada con gran énfasis por los católicos en general, y de manera solemnísima y especial en nuestra hermandad, que goza del privilegio y el honor de rendirle culto como Titular de nuestra corporación. Pero, en la Iglesia Occidental, esto no ha sido siempre asía lo largo de la historia.

La festividad litúrgica de la Inmaculada, que se celebraba en la Iglesia de Oriente desde principios del siglo VIII, y en Irlanda desde el siglo IX, fue aprobada, para la Iglesia Occidental, por el Papa Sixto IV en el año 1476, cuando la incorpora al calendario litúrgico de Roma, y no será hasta mucho después, el 8 de diciembre de 1854, cuando la Iglesia Católica definió el Dogma de la Inmaculada Concepción mediante la Bula Inefabbilis Deus, que fue promulgada por el Papa Pio IX. Definitivamente la fiesta litúrgica de la Inmaculada, pasó a adquirir la categoría de Solemnidad de Precepto, veinticinco años después por mandato del Papa León XIII.

A la vista de estos datos, podemos afirmar que no ha habido en la Historia de la Iglesia un proceso dogmático más largo, apasionante y a la vez controvertido. Casi un milenio le costó a la cristiandad proclamar que la Madre de Dios había sido concebida sin heredar el pecado original. Numerosas universidades, y ciudades europeas, se juramentaron para defender la que consideraban una verdad trascendental en su fe y en su vida.

Las Hermandades y Cofradías andaluzas, alentadas por el pueblo llano, participaron activamente en la extensión de esta devoción, y ya, con siglos de adelanto, la defendieron con fervor, incluso jurando voto de sangre por la Inmaculada Concepción de María.

Origen y significado del Simpecado Concepcionista:

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra Simpecado procede “De sin pecado (concebida), fórmula religiosa referente a la Inmaculada Concepción de la Virgen María”, y se define como “Insignia que en las procesiones andaluzas marcha delante de las cofradías de la Virgen, y que ostenta el lema sine labe concepta”.

La Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla (El Silencio), fue la primera en sacar en su cortejo procesional, una bandera blanca donde se podía leer: “Sine labe originale concepta”, representando así públicamente, aquel Voto de Sangre, que tuvo lugar el 29 de septiembre de 1615, por el que hicieron Juramento de creer, confesar y defender, que la Virgen María, fue concebida sin pecado original desde el primer instante de su concepción. Y fue, la Hermandad del Silencio, la primera que lo hizo en todo el orbe cristiano.

El Simpecado, surge así en Sevilla, durante las primeras décadas del siglo XVII, cuando las diferencias y disputas históricas se sucedían con todo su fragor, entre los frailes franciscanos,que defendían que María fue concebida sin mancha y libre del pecado original; y los frailes dominicos, quienes defendían la tesis contraria, y sostenían que la Virgen María fue concebida manchada por el pecado original, como el resto del género humano.

Por ello, fue a partir de la mitad del siglo XVII cuando las hermandades sevillanas defensoras del dogma de la inmaculada concepción adoptaron esta nueva insignia en sus cortejos procesionales, para dar así testimonio público de su fe.

Y Huelva no se quedó atrás. La Villa de Huelva, como parte integrante del Arzobispado Hispalense, hizo Juramento del Voto Concepcionista, el 21 de septiembre de 1653, en la iglesia conventual de la Merced, doscientos un años antes de la proclamación del Dogma de la Inmaculada. Por ello, la incorporación del Simpecado en las Hermandades y Cofradías onubenses, tuvo lugar a mediados del siglo XVII.

Como dato relevante comentar que, en la actualidad, en el protocolo de la Hermandad del Silencio, además de su impresionante Simpecado bordado en oro con la imagen de la Purísima, la bandera blanca del Voto de Sangre, sigue ocupando un lugar destacado, siendo escoltada, a su derecha, por un nazareno que porta un cirio votivo blanco con una pintura de la Inmaculada, y a su izquierda, por otro nazareno portando un sable.

Y nuestra Hermandad de la Esperanza, tiene el honor de haber contribuido decisivamente en el renacimiento del culto concepcionista, en nuestra ciudad. Nuestra Iglesia de Santa María de la Esperanza, es hoy un lugar de visita obligada en los días gloriosos de la Solemnidad de la Pura y Limpia Concepción. Nuestra Vigilia de la Inmaculada, el canto solemne de la Salve, el Besamanos en Honor a Ntra. Sra. de la Esperanza Coronada, y la Solemne Función Concepcionista, que celebramos de forma multitudinaria y jubilosa, es prueba de ello.

Cada año, a las 12 de la noche, desde el campanario de nuestra bendita iglesia, Huelva anuncia solemnemente, y desde 1989, la festividad de la Pura y Limpia Concepción, con repique general de campanas, y los sones de los “Gozos de la Inmaculada”, interpretada por su Banda de cornetas y tambores del Santísimo Cristo de la Expiración, Salud y Esperanza.

Pero, llegados a este punto, no puedo dejar de reflexionar sobre un hecho que, como católico y cofrade me preocupa:

Recuerdo hace años, una portada de un periódico en Sevilla que titulaba: “LA SEMANA SANTA SIN DIOS”, con una fotografía a toda plana de un ensayo de un paso con su palio de pruebas (no recuerdo de que hermandad), en la que una multitud contemplaba y aplaudía las “chicotás” de aquella cuadrilla que discurría en la noche sevillana.

Y es que, poco a poco, se va produciendo en nuestras cofradías, una cierta deriva hacia lo superfluo, dejando atrás lo trascendental. Eso nos lleva a que en muchas de las cofradías andaluzas se tenga que pagar, por ejemplo, para portar el “Simpecado”. Nadie quiere portarlo porque para muchos significa “un tiesto grande que pesa mucho”.

Sólo los cofrades más viejos y piadosos, aprecian y valoran lo que un “Sine Labe”, representa.

¿Dónde quedan aquellos hombres y mujeres del siglo XVII, que se juramentaron para defender esa verdad trascendental en su fe y en su vida? Nuestros antepasados juraron defender esa verdad hasta el límite de derramar su sangre, si fuera preciso, por defenderla.

“La Excelsa Madre de Dios María Santísima

fue concebida sin pecado original,

desde el primer instante de su concepción,

por singular privilegio de su Hijo Jesucristo”.

¿Hay quizás algún servicio más privilegiado, en una cofradía, a excepción de la Cruz de Guía, que portar el Simpecado como pública protestación de fe?

Recordemos que todos los cofrades, cada año, juramos creer y defender este Dogma Concepcionista, junto al resto del Credo, en la Función Principal de Instituto de nuestras Hermandades y Cofradías.

Entonces, llegamos a la conclusión que, para enmendar esta anomalía, se hace necesaria en las Hermandades, la formación, porque no se valora ni se ama, lo que no se conoce.

Por otro lado, la excusa del peso, que hoy se ha instalado en la modernidad, es salvable porque, en la loable misión de portar un Simpecado, es posible turnarse durante la Estación de Penitencia, e incluso es posible aligerar los materiales de la insignia.

Y este es el reto para los Diputados Mayores de Gobierno, para los de Formación y para los Priostes. Ellos tienen la palabra.

Enarbolemos nuestros Simpecados por las calles de Huelva, y escoltémoslos con luz purificadora, como símbolo de aquel Voto de sangre, que nuestros antepasados onubenses juraron, 201 años antes de ser proclamado como Dogma de la Iglesia.    

“TOTA PULCHRA ES, MARIA, ET MACULA ORIGINALIS NON EST IN TE. MDCCCLIV”

José Alfonso Varela Rodríguez.

Diputado de Formación.

Fotografía de Ntra. Sra. de la Esperanza ataviada para la solemnidad de la Inmaculada Concepción, fechada a finales de los años 80.
Fotografía del cuadro de la Inmaculada Concepción que se encuentra en la Iglesia de Santa María de la Esperanza, obra sobre lienzo de Mario Ignacio Moya Carrasco del año 1996.
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